Donde actualmente se encuentran las oficinas parroquiales, estaban los lavaderos públicos, las señoras de Ixtapaluca, llegaban muy temprano a este lugar para apartarlos y poder lavar su ropa; tenían mucha demanda. Más abajo el espacio tenia pasto para tender la ropa y llevarla seca a sus casas, ya que la iglesia no tenía bardas ni rejas, como las tiene ahora.
La sana convivencia que ahí había, hicieron que vinieran mujeres de otros lugares a lavar ahí, pero un día una de ellas llegó más temprano que de costumbre y encontró a un hombre, no se asustó ya que a veces los esposos de las lavanderas las acompañaban, lo saludó y aquel hombre no le contestó, muy tranquila empezó a remojar su ropa y como estaban en la orilla de la carretera un camión alumbró el lugar, ella se dio cuenta de que era un cura, esto le dio confianza, se acercó a él y le hablo, su sorpresa fue cuando volteo a verla, dentro de la sotana había un esqueleto, se asustó mucho, empezó a rezar, se regresó a su lavadero, cuando volteó nuevamente el sacerdote ya había desaparecido.
Empezaba a amanecer cuando llegaron otras de sus compañeras, les contó lo sucedido y juntas volvieron a rezar, lo curioso del caso es que este hecho las hizo sentirse más seguras, contaron a mucha gente el suceso, esto atemorizó a los habitantes a quienes les dio mucho miedo y no pasaban por ahí.
Era común que los transportistas que venían de puebla, Veracruz, Chiapas, Tabasco, etc, con sus cargas de verduras y frutas, pasaban a ponerle agua a su camiones de carga en esos lavaderos, hasta los operadores del flecha roja, que eran transporte de pasajeros lo hacían.
Uno de los transportistas un día ya muy tarde pasó al lugar, lleno una cubeta de agua, se dio vuelta y el cura estaba frente a él, se llevó tal susto que jamás se detuvo por agua. Al narrarlo a sus compañeros, estos solo pasaban a medio día o al atardecer. El cura desapareció cuando quitaron los lavaderos.
Vía: Página de Facebook de Maricela Serrano Hernández